Casa Candina está situada en Oriñón, un impresionante rincón de la Costa Cantábrica situado a solo media hora de Bilbao.
Oriñón destaca por su hermoso entorno natural, donde la costa se encuentra con las montañas. Esto crea paisajes espectaculares entre encinares, praderas, rocas y acantilados.
La localidad se encuentra rodeada por montes como el Candina (que da lugar a la casa) y el Cerredo, que ofrecen rutas de senderismo con vistas panorámicas de la costa y los valles.
Su gran playa de arena fina y dorada, resguardada por peñascos, la hace ideal para disfrutar del sol y el mar y practicar deportes acuáticos como el surf. Aunque suele tener una ocupación alta en temporada de verano, su amplitud permite encontrar siempre espacio libre para colocar la toalla y relajarse.
Te recomendamos dar un paseo por Sonabia para conocer "La Ballena", una enorme roca que se adentra en el mar, y descubrir la playa de Sonabia, una de las más salvajes y desconocidas de Cantabria.
A tan solo unos minutos de Oriñón, se encuentra Castro Urdiales, una villa marinera que te sorprenderá con su encanto medieval.
Pasea por su casco histórico, declarado Conjunto Histórico-Artístico, y admira la imponente iglesia de Santa María, una joya del gótico cantábrico. Sube al castillo-faro, desde donde disfrutarás de unas vistas panorámicas de la costa y no dejes de probar el besugo a la espalda, las rabas o la marmita de bonito en alguno de sus restaurantes.
Santoña, conocida como la "villa de las anchoas", es un auténtico paraíso gastronómico que te dejará sin aliento.
Visita su vibrante puerto pesquero, donde la actividad de los barcos crea un espectáculo fascinante. El Parque Natural de las Marismas de Santoña, Victoria y Joyel te ofrece la oportunidad de observar una gran variedad de aves migratorias en su hábitat natural.
Recorre los senderos del monte Buciero, que ofrecen vistas panorámicas impresionantes de la costa y, por supuesto, no dejes de probar las exquisitas anchoas de Santoña.
Mi historia se remonta a 1940, los cimientos y paredes fueron construidas con piedras que provienen de la montaña que me ha dado el nombre. Concretamente con las extraídas del camino que se abrió sobre el manantial de agua que emana a sus pies.
Los niños, antes de ir a la escuela muy temprano, hacían un viaje con piedras que pudieran cargar para que así el cantero tuviera con que comenzar a trabajar cuando llegara. Mientras los adultos sacaban los animales de las cuadras, les daban de comer, ordeñaban las vacas y marchaban a cultivar, también segaban la hierba para secarla y guardarla luego en el payo para el invierno.
Cuando tenían todo encaminado, el padre se disponía a ir a buscar percebes, centollos, caracolillos, lapas, quisquillas y algún pez para llevar a la mesa. Aparte de la tierra, siempre fueron muy adeptos a la mar. Mientras la madre en casa hacía el pan y los embotados de lo cosechado, esperaba la vuelta de su compañero con la pesca.
Eran tiempos duros entonces, donde había escasez y pocas comodidades, pero eso no detenía las ganas de vivir y progresar en este entorno natural tan bonito rodeado de huertas, animales, río, mar y montañas.
Después de una vida de sacrificios y de criar a sus hijos, nos fuimos haciendo mayores a la par. Ellos tuvieron que marcharse, pero yo, sigo aquí… esperando a quien cobijar y deseando sentir nuevamente la calidez de aquellos que necesiten de mí. Necesito algunos retoques, pero aún tengo mi encanto y una energía muy bonita para regalar.
En febrero del 2020 conocí a una pareja que vino a visitarme, conectamos al instante. Después de muchas idas y venidas por fin, logramos unir nuestros caminos.
Pusieron mucho énfasis en devolverme a los buenos tiempos, dado que necesitaba una puesta a punto para poder ser eficiente nuevamente.
Me desnudaron completamente, sanearon por dentro y por fuera, con la mayor sensibilidad y gusto posible respetando mi historia. Ahora, aunque conservo mis paredes originales, tengo dentro de mí un trozo de País Vasco en forma de vigas, pilares de roble y castaños centenarios, concretamente de un caserío de Okondo con 300 años de edad.
Mis suelos han sido sustituidos por baldosas de barro hechas a medida para mí, cocidas tradicionalmente en horno de leña por un hombre muy simpático y campechano de Madrid.
También cuento con energía renovable en forma de aerotermia, agua caliente que circula por toda la casa, inclusive por los suelos en forma de calor en las épocas de frío.
Fue condición que el naranjo de la entrada y yo seamos inseparables, aunque mayor, aún da una hermosa sombra con frutos dulces y jugosos. Han respetado el pozo de agua que me ha acompañado siempre, ahora el huerto y los patios se siguen regando con él como siempre se ha hecho.
En general, tengo muchas cosas nuevas que para mí eran desconocidas hasta ahora, pero al mismo tiempo agradezco el conservar mi alma.
Gracias por venir, prometo que al marchar, os llevaréis un trocito de mí para que os dure hasta que volvamos a vernos…